lunes, 16 de junio de 2014

Fortunato y Jacinta V


De repente se hizo la luz. Fortunato quedó completamente expuesto: desnudo, subido a un taburete, y detrás de una novilla en actitud totalmente indecorosa. Así le vieron sus padres y su esposa. Y también el equipo de sanitarios que hábilmente le aferraron, le levantaron en volandas y le separaron de su amada. Inmediatamente, le pusieron una inyección antes de sacarle a rastras del establo camino a la ambulancia que esperaba con las luces naranja destelleando. Un tanto confuso y embotado, no se dio plena cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Por un lado le llegaban los agudos alaridos y lamentos que proferían su madre y su esposa, que parecían rivalizar en la cantidad de decibelios con que eran capaces de expresar su pena. Por otro lado, las peregrinas explicaciones que, avergonzado, trataba de dar su padre a un médico que se esforzaba en mantener una pose seria ante lo cómico de la situación.




Por si fuera poco el jaleo reinante,  Jacinta comenzó a mugir de modo angustioso y lastimero y empezó a inquietarse en el establo, pateando y coceando, mientras repetía los mugidos una y otra vez. Los lamentos de las mujeres, ahora unidas en la desgracia, aumentaron de intensidad dando lugar a una estrambótica sinfonía de berridos, llantos, lamentos y mugidos con el acompañamiento rítmico que producía la percusión de las pezuñas de Jacinta contra el suelo del establo. El médico, entonces, decidió administrar un sedante a las mujeres; pero para la ternera, recomendó que avisaran al veterinario.


Dentro de la ambulancia, Fortunato no pudo contener el llanto. Cubierto con una manta térmica de color aluminio, se deshacía en lágrimas oyendo los mugidos de su amada Jacinta. Un sanitario le trataba de consolar acariciándole la nuca. Poco a poco un pesado sueño se fue apoderando de él. La ambulancia partió rumbo al hospital dejando un relampagueo anaranjado por los recovecos de la pista que llegaba a la casa. 


Al poco rato llegaba don Adrián. Para él había sido uno de los avisos más singulares e hilarantes que había recibido en toda su carrera. En principio le dijeron que tenía que ir al establo porque la novilla estaba inquieta y no cesaba de mugir. Ante la extrañeza del caso y sus preguntas, terminaron por explicarle lo que había acontecido. Le costó un enorme esfuerzo contener  la risa mientras la angustiada familia repetía de modo atropellado una y otra vez todo lo que había sucedido. Jacinta, cada vez más inquieta, continuaba mugiendo, pateando y escarbando el suelo como si fuera a arrancarse a embestir de un momento a otro.


Si las explicaciones que recibía no eran ya suficientemente cómicas, poco le faltó para para estallar en una salva de carcajadas cuando empezaron con los requerimientos: 


- Y mire... ¿no habrá que darle pastillas para que no se quede… pues eso... en estado?… ¡A ver si va a tener un monstruo!
- No, señora, eso es genéticamente imposible
- Y mire... ¿habría que llevarla a algún psicólogo animal, porque lo que ha hecho la ternera esta es muy raro...
- Hombre, aunque hay mucho animal en eso de la psicología, no creo que la novilla necesite ayuda de semejante  profesional.
- Pero, don Adrián, ¿por qué ha pasado esto?
- Verá... es posible que las hormonas que le estábamos administrando, hayan alterado su conducta, la de la novilla, quiero decir, haciéndole más… cariñosa, por así decirlo. 
- ¿Pero como para enamoriscarse de un hombre? – Preguntó sobresaltada la esposa de Fortunato.
- Nooo… - dijo el veterinario conteniendo la risa- Más bien, creo que las hormonas hayan provocado un estado similar al de la maternidad, y claro, con el chico rascándola a todas las horas, sobándola, limpiándola, en fin, eso que ya me han contado ustedes... pues eso, que para ella ha sido ...  como si fuera su becerro. Por eso ahora se comporta así: muge y está inquieta como cuando se les quita el ternero. Claro, otra cosa… - de nuevo tuvo que contenerse -  otra cosa es lo del muchacho… eso sí que, por lo menos, es para que lo vea un psicólogo. 
- Ya, ya están en ello, don Adrián… Le han llevado al hospital.

No había manera de hacer callar al pobre animal y cuya inquietudo seguía en aumento. Don Adrian terminó por inyectarle un anestésico para que la familia y el resto de la aldea pudieran dormir aquella noche.

En el hospital, donde había sido conducido Fortunato, también había festival de risas y sornas. Decidieron dejarle dormir hasta que por la mañana pasara "el de los nervios" a verlo. Aún quedaba otra sesión de guasas a la hora de explicar al especialista en chiflados el interesante caso que tenían para él.  Finalmente, Fortunato quedó hospitalizado unos días con objeto de observar su estado mental.


Aquella noche, hubo varios cambios en la casa. Suegra y nuera comenzaron a entenderse como nunca antes lo habían hecho. Unidas por la desgracia. Unidas por el dolor. Abrazadas la una a la otra dejando de lado al padre con la mirada hundida en el suelo. Hablaron mucho aquella noche. Al amanecer salió el padre cabizbajo en dirección al establo. Jacinta volvía a mugir otra vez.


Don Adrián tuvo que parar varias veces el coche al regresar a su casa. Los ataques de risa que le sobrevenían no le dejaban conducir con seguridad. ¿Cómo diagnosticar el caso?: ¿Qué tal  "sindrome filial humano- bovino"?, o mejor... ¿"complejo de edipo inverso bovino"? o... ¿"maternaje bovino-asnal"?. Y ¿qué diagnóstico le darían al otro animal?. Lloraba de la risa, con la cabeza apoyada en el volante de su todo-terreno, ¿bestialismo en un pedazo de bestia?. Se hizo la promesa de dedicar un capítulo de sus memorias a este asunto.

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