viernes, 6 de junio de 2014

Fortunato y Jacinta III

Ocurrió bien entrado septiembre, cuando Fortunato llevaba a Jacinta al prado a aprovechar esos últimos pastos del verano. Siempre caminaba a su lado, llevándola de esa innecesaria cuerda que ya se había convertido en una especie de vínculo entre ellos, una costumbre. De vez en cuando se paraba a espantarle las moscas que se apiñaban sobre su pelaje color canela claro. De repente, Fortunato notó un calor húmedo en su mano. Jacinta lo había lamido. 

Notó una sensación de mareo seguido de fuertes golpes dentro del pecho. El corazón se le había desbocado. Y también notó una opresión intensa y, en cierto modo placentera, un poco más abajo, justamente en ese lugar tan concreto de su entrepierna. Todas esas sensaciones se incrementaron con el segundo y el tercer lengüetazo; el mareo era más intenso y la excitación aún mayor. No veía el momento de llegar al pastizal. Fortunato creía estar soñando.
curiosidades

Mientras el resto del ganado se apacentaba bien disperso por el prado, Fortunato se acercó a la novilla y comenzó a acariciarle detrás de las orejas, mientras se abrazaba a su testuz. Jacinta levantó el hocico y le lamió toda la cara. Y así estuvieron un buen rato el hombre y el animal, él abrazado a su cabeza, acariciando su pelo, ella lamiendo la cara y los brazos de muchacho. Entonces él se quitó la ropa y se plantó delante de ella. Al poco rato ya retozaba en el suelo.

No recordaba una sensación similar. Quizá cuando era muy pequeño y su madre lo bañaba y cubría de crema. Pero aquello era aún más agradable. Jacinta recorría con su lengua cálida y húmeda el cuerpo desnudo y enjuto que se encontraba ante ella. Unas caricias que le exaltaban hasta el paroxismo, sobre todo cuando Jacinta dio varias pasadas de lengua por aquella parte de su cuerpo donde sentía que su excitación iba a reventar de un momento a otro. Y al final estalló, empapado en aquella saliva tibia, en una explosión de placer como nunca, ni siquiera con alguna moza, había podido conocer. 

Ebrio de felicidad, se dio cuenta de dos cosas: amaba a aquella novilla. Y Jacinta lo amaba a él. Por fin, había encontrado el amor de su vida. Por fin, también, hacía honor a su nombre: se sentía completamente afortunado.

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