lunes, 3 de noviembre de 2014

Blue & Black VIII

Aquel día de invierno, las campanas doblaban lánguidamente mientras banderas y estandartes pendían a media asta: la reina había muerto. Así, de repente, como sucede tantas veces que se tuercen los destinos. 

El reino se vestía de luto y se preparaba para un larga serie de ritos funerarios. El cadáver de la reina fue embalsamado y expuesto en en salón del trono para que sus súbditos pudieran rendirle un último adiós. Dos días más tarde, sería inhumada en el panteón familiar.

Había sido un día muy duro y Zarzarrosa se sentía agotada. A la pena que sentía la joven huérfana, se sumaba el cansancio por todo el tedioso protocolo que la obligaba a aguantar a pie firme vestida de luto junto al féretro expuesto en la capilla ardiente para recibir un monótono río de pésames y condolencias. Ya anochecido, Zarzarrosa se encontraba sola sola en su aposento y, además de triste y dolorida, se hallaba un tanto furiosa y desesperada. No podía soportar la actitud de indiferencia que mostraba su marido, que ni siquiera parecía capaz de privarse de juergas en un día como aquel. Cansada de esperarle aquella noche que tanto necesitaba compañía y consuelo, se metió en la cama llorando amargamente hasta que de puro agotamiento se quedó dormida.

A altas horas de la noche, la princesa acudió sobresaltada a abrir la puerta de su alcoba. Era un grupo de damas de la corte, encabezado por la mayor cotilla del reino, experta en toda la temática de lo que ahora se conoce como prensa del corazón. 

- Alteza, han sorprendido a vuestro marido a media noche, completamente borracho en el salón del trono profanando el cadáver de vuestra madre - le espetó sin poder reprimir una sonrisita de satisfacción- . 
- ¡No! - contestó Zarzarrosa estupefacta- .
- Lo han llevado a los calabozos. Aseguraba que intentaba despertarla, que quería resucitarla con un beso... aunque parece que luego pasó a mayores - seguía diciendo la sonriente cotilla-.
- ¿Qué quiere decir que pasó a mayores?.
- Vuestro marido había quitado la ropa al cuerpo de la reina y cuando le encontraron, él estaba también desnudo encima ella haciéndole cosas asquerosas.

A Zarzarrosa se le nubló la vista y notó un violento desgarro en su pecho. Buscó un punto de apoyo antes de caer fulminada por aquel duro golpe que con sonrisa de puta satisfecha le había ofrecido la cortesana. Otra vez parecía dormida, solo que esta vez sería para siempre.

El juicio se celebró inmediatamente. En su turno de palabra, el joven alegó que se encontraba muy apenado por la muerte de la reina a quien había llegado a tomar mucho afecto a fuerza de escuchar sus confidencias. 

- Cuando vi su cuerpo expuesto en la capilla ardiente, se me saltaron las lágrimas y me fijé en la profunda serenidad que irradiaba aquel rostro yacente. Me recordó a Zarzarrosa el día que llegué a este reino y creí que podría ser capaz de despertarla con un beso, tal y como hice entonces con su hija. Quizá fue el vino... había tomado algo...  En fin, comencé a besarla y me parecía sentir como sus labios se entibiaban. Deslicé mi mano a sus pechos... a su vientre... era aún tan hermosa... 
- ¡Basta! - interrumpió abruptamente el juez.

El resto del juicio le pasó desapercibido al joven. Ya no le importaba. A pesar de la gravedad de la situación, Azul se sentía dichoso por haber podido revivir aquel gozoso día cuyo recuerdo había ido perdiendo por una vida llena de estupideces, protocolos, recelos y absurdos requerimientos de un monarca imbécil.  Había sido como encontrar otra vez a Zarzarrosa tendida desnuda en su lecho durmiendo plácidamente. Y aquel momento en que sentía sus labios se entibiaban al calor de un apasionado beso volviendo así a la vida. Sólo que eso no ocurrió con la reina, aunque muchos súbditos repararon en la extraña plácida sonrisa que parecía adornar el rostro de la monarca yacente. 

Fue acusado de necrofilia y condenado a muerte.

Dos días más tarde, terminadas las exequias por madre e hija, fue sacado de los calabozos y conducido maniatado sobre su propio caballo hasta los confines del reino, donde aún quedaban algunos troncos resecos de aquellos rosales que habían anegado al reino. De uno de ellos, el verdugo colgó la soga que luego ató al cuello de Azul. En propio rey, con furia contenida se acercó al improvisado cadalso para fustigar violentamente al caballo del príncipe. Entonces el cuerpo de Azul quedó colgando ejecutando los movimientos convulsos de una danza macabra. 

Fruto de sus últimos estertores cayeron al sueño varias gotas de semen que germinaron haciendo crecer una mata de mandrágoras, la planta de cuya raíz brotan los peores sueños y cuyos frutos son conocidos como la manzana del diablo. El lugar se considera maldito en el reino y pocos son los que se atreven a acercarse. Las mandrágoras siguen hoy creciendo bajo el cadáver aún oscilante y momificado del joven que lleno de sadismo el rey ordenó dejar colgado hasta el fin de los tiempos.

Madre e hija duermen ahora en un mismo panteón, quizá esperando inútilmente un beso que les pueda devolver a la vida.

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