domingo, 21 de septiembre de 2014

Blue & Black V

Fueron varios días de marchas forzadas hasta llegar al bosque donde antaño le habían indicado que se encontraba la princesa Blancanieves. Hacía varios días que, con un amargo sabor de boca, había dejado atrás el reino de Zarzarrosa. 

Ya empezaba a divisar el claro del bosque donde estaba instalada su capilla permanentemente ardiente, compuesta por una urna del más puro cristal que contenía el cuerpo de la muchacha, cuatro candeleros a cada esquina con sus cirios encendidos y flores, cantidades ingentes de flores cuya mezcla de fragancias resultaba un tanto perturbadora. A su alrededor había una guardia permanente compuesta por dos enanos, a los que se habían sumado los cinco restantes que con la cabeza descubierta y rostros lánguidos velaban a su princesa. No resultó tan difícil acercarse a la princesa. Respetuosamente, los enanos se hicieron respetuosamente a un lado, haciendo una especie de pasillo a medida que se iba acercando acercaba el príncipe a rendir homenaje a la finada.

La princesa se encontraba amortajada con una espléndida vestidura que habían confeccionado los propios enanos, engarzando piedras preciosas y brocados en oro sobre lo que había sido antaño una modesta vestimenta campesina. La joven poseía una gran belleza. Tenía un cabello largo y moreno perfectamente peinado en una hermosa melena. Tenía un rostro agraciado por unas finas facciones, destacando sus labios rojos sobre la palidez del cutis. 

Azul volvió a sentir aquel ardor dentro de su pecho que le empujaba inexorablemente a acercarse al cuerpo de la joven. Otra vez el imperioso deseo de besar aquellos labios rojos y carnosos le llevó a una especie de éxtasis donde el mundo quedaba reducido a una mínima burbuja que nada más englobaba dos cuerpos. Pidió a los enanos que abrieran la urna para depositar un respeutoso beso en el rostro de la princesa, algo a lo que los enanos parecían acceder de muy buena gana. Azul contempló embelesado la belleza de la muchacha y no pudo reprimir deslizar una caricia sobre su frío rostro. Acarició también sus cabellos y deslizó su mano bajo del cuerpo de la muchacha para incorporarla suavemente. Sin poderlo evitar, aferró sus labios a aquella deliciosa boca roja y, preso de un violento deseo, comenzó a besarla apasionadamente. Otra vez se obró el mismo milagro: la joven tosió expulsando un minúsculo bocado de fruta. El calor volvió a su cuerpo y correspondió ardientemente al beso del joven ya plenamente obnubilado por el deseo. Hasta que un coro de gritos jubilosos les arrancó de aquel éxtasis de amor. La joven se sobresaltó al darse cuenta de que no estaban solos. 

Las celebraciones fueron mucho más modestas en aquel lugar del bosque. Una deliciosa cena al aire libre a base de frutos, bayas y cervatillo asado que la princesa se negó a probar, pues de puro amor a todos los animalitos del bosque, se había hecho vegetariana. Hubo cantos, juegos y representaciones teatrales. Pero todo aquello le empezaba a  hastiar a Azul, que sólo pensaba en poder estar a solas con Blancanieves y amarla loca y apasionadamente.

Cuando terminó la fiesta, los jóvenes entraron en la casa. Azul se sentó a la mesa y apuraba lentamente una copa de licor, intentando controlar a duras penas el deseo que le atormentaba. Mientras, Blancanieves se afanaba en recoger la cocina y preparar las camas de los enanos, como si nada hubiera pasado. Azul esperaba impaciente un gesto de invitación de la princesa que no terminaba de llegar. Blancanieves salió un momento de la cabaña dejando al príncipe en compañía de los enanos que habían entrado en la casa. Se hizo un silencio un tanto incómodo. 

- Qué piensa hacer ahora su alteza – le preguntó el enano que parecía ejercer la autoridad en aquella casa.
- Pues… no lo sé. Me gustaría llevar a la joven princesa Blancanieves a mi reino, hacerla mi esposa y vivir a su lado el resto de mi vida.
- ¡Ohhhh! – dijeron casi a coro mudando su rostro a expresiones de pena y desolación.
- Verán… una princesa merece un palacio y una familia real…
- Ella es aquí nuestra reina... ésta, nuestra modesta cabaña, es su palacio y nosotros… todos nosotros somos sus súbditos que la aman con locura. Sería una pérdida enorme para todos nosotros.
- La quiero… me he enamorado de ella nada más verla - y ahí quedaron todos en silencio.

En ese momento regresó Blancanieves: 
- Alteza,  he preparado dos lechos para vos y vuestro escudero en el pajar que hay junto a los establos, espero que os resulte cómodo...

Una cierta zozobra pareció apoderarse de Azul, que pidió hablar a solas con la princesa. Ambos salieron fuera.

- Quiero que seas mi mujer, Blancanieves. - le dijo, mientras pasaba su brazo sobre sus hombros.
- Nooo... no puedo... no estoy preparada para nada de eso - dijo ella zafándose del abrazo.
- Vendrías a mi reino y allí te haría feliz.
- Ya soy feliz aquí con mis enanos. Ellos han sido mi familia desde hace tiempo, este bosque y sus criaturas son mi reino. No podría vivir lejos de ellos. No quiero ir a ningún reino - dijo Blancanieves poniendo una expresión dura y seria.
- Yo te llenaría de amor, y en mi reino serías amada y respetada. Ven, Blancanieves, yo sabré hacerte feliz.
- Tengo aquí todo el amor que puedo desear, no quiero ir a ningún otro lado. Aquí soy feliz.
- Pero no estás segura, Blancanieves, tu madre ya te ha intentado matar en otras ocasiones y ahora casi lo consigue. En mi reino estarías segura, yo te protegería. Anda, atrévete a este cambio que te propongo - imploraba el príncipe.
- ¿Y qué será de ellos...? Me necesitan tanto... Quédate tú con nosotros.

La persepectiva de vivir eternamente aislado en un bosque, rodeado de curiosos enanos y animalitos, recelando de cada visitante que se acercara a la casa no seducía en absoluto al joven Azul.

- Al menos, duerme conmigo esta noche... te amo... y no deseo otra cosa que besarte, besarte hasta que me sangren los labios y luego con infinita ternura, hacerte mía - proclamaba mientras intentaba abrazarla y besar otra vez sus labios.
- ¡No, de ninguna manera! - dijo Blancanieves dándole un violento empujón - No me voy a acostar ni contigo ni con nadie. Y aún te diré más. Esta es mi casa y no me pienso ir de ella, ni por ti, ni por todo el oro del mundo.
- ¡Me lo debes! - dijo Azul ya en voz muy alta -. ¡Yo te he devuelto a la vida, si no fuera por mí aún estarías en esa puta urna!
- ¡Yo no te pedí que lo hicieras, nadie te pidió que lo hiceras!, mira, igual era más feliz allí que ahora aguantando tus impertinencias. ¡Fuera!, ¡Largo de aquí, que aquí nadie te ha llamado! - y le dio un empujón que lo lanzó de espaldas contra el jergón.

Acto seguido, Blancanieves entró en la casa, terminó de recoger los cacharros, atizó el fuego, se puso su camisón y se acostó en su cama. Los enanos la imitaron al momento y las luces de la casa quedaron apagadas.

Una negra sospecha invadió el alma del joven. Era una imagen deplorable de una orgía con ocho participantes. Nunca quiso comprobarlo. 

- ¡Pues que te follen, y si es por los dos lados o por siete agujeros, mejor!- gritó desde la calle.

Sin decir más, Azul llamó a su escudero y en un doloroso silencio partieron aquella misma noche de la casa de los enanos. Volvería al reino de Zarzarrosa y haría valer sus derechos ante el rey.

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