sábado, 24 de enero de 2015

Sor Consuelo (de Fragmentos de Vida Vegetal)

Escribo sin pluma ni papel desde la cama o el carrito de este viejo hospital donde languidezco desde hace varios meses. Lo llaman "síndorme de enclaustramiento": no puedo mover más que los ojos, aunque siento todo cuanto sucede a mi alrededor y en mi interior. Desde aquí te hago llegar, querido lector, todo lo que sucede desde esta absoluta pasividad con que estoy en el mundo desde aquel nefasto día.


Sor Consuelo trabaja como enfermera, aunque creo que tiene un rango más elevado, algo así como supervisora o enfermera jefe. Desde ahí, trae abrasada a la pobre Mavi, mi enfermera favorita. Lo veo muy claro: Sor Consuelo ha venido aquí para ganarse el cielo. Nunca supe el nombre de su orden religiosa, no son las tradicionales, como carmelitas, franciscanas o clarisas. Pertenece a una de esas ordenes nuevas con vocación misionera que en vez de ir a buscar al prójimo a África, la India o las selvas de América del Sur lo hacen mucho más cerca, sirviendo a ese prójimo que ellas estiman necesitado, lo esté o no. Lo quiera o no.

Sí, la buena de la hermana quiere ganarse el cielo a toda costa. Me la imagino orando en la capilla,  en un éxtasis teresiano, más cerca de su dios que el resto de los mortales, sintiendo la caricia de las manos llagadas de Jesucristo sobre su toca -para evitar cualquier posibilidad de pecado carnal-. A menudo parece levitar, elevada por unos cuantos angelitos con el suplicante rostro de Tina, que en suprema gratitud desde su mísera existencia, hacen la soportan como en un cuadro de Murillo. Cientos de angelitos desvalidos que no pueden volar libres por el cielo amarrados a los hábitos una Sor Consuelo que los necesita para su propia asunción.

¡Ay de esos pobres ángeles, sustento de santos varones y santas mujeres!. Aún recuerdo las imágenes televisivas de un santo monseñor de Barbastro erigiéndose en una nueva versión de Jesucristo en su actuación estelar del sermón de la montaña. Le rodeaban varios prohombres, presuntamente intelectuales. Algunos,incluso, ocupaban puestos de cierta relevancia en la sociedad. Todos, presos de un estado extático, hablaban al padre como niños necesitados de aprobación "¡Oh, padre!, yo que soy ya tan bueno, ¿cómo puedo ser aún más bueno?". Y el padrecito, engolado como un pavo real, desde la cima de su montaña de santidad, le respondía hablándole con dulzura y energía, como un padre agustino a su alumno modélico: "Oh, hijo, tú que te crees tan bueno, sigue rezando con fé y fervor, acuérdate de la santísima Virgen María...". Y así, mientras oraba henchido de fe y fervor, los administradores de la secta del padrecito limpiaban la cartera del candidato a santo varón. Todos como niños, siguiendo los pasos del maestro y salvador que un día había dicho: "dejad que los niños se acerquen a mí". Aunque parezca el lema de un pederasta.

Sor Consuelo es, también, como una niña. Una niña buena y justa que piensa igual que una niña. Y que nos coloca y ordena a los demás del mismo modo que lo hacía de pequeña con sus muñecos a la hora del té. Los buenos a la derecha - ya se sabe que dios es de derechas-  los malos a la izquierda. El que cumple los mandamientos y recibe los sacramentos, al cielo. Los que no, al infierno. Y ella a su ingente labor de ayudar al prójimo, recoger ovejas descarriadas para arrastrarlas a patadas si hace falta - tal y como haría un buen pastor- al redil donde reina su señor. Que la desesperación nunca las arroje a la condenación eterna.

Y sueña con lo bonito que será ese día en que llegue a las puertas del cielo con su toca blanca e inmaculada capitaneando un rebañito de almas que empiezan a contemplar con mirada extasiada y bobalicona todas las glorias que les esperan. Aunque yo me la imagino después en un recóndito rincón del cielo resentida porque ella, que tantas almas ha llevado al cielo, se encuentra a la misma altura que el resto de los mortales ahora inmortales, sin ninguna distinción, sin  ninguna prebenda. Entre dientes maldeciría ese maldito comunismo celestial que no dispone de una sala VIP para ella donde pueda contemplar con mayor intensidad a Dios nuestro Señor y se ve obligada a esperar su turno con idéntico tiempo contemplativo. No lo soportaría la pobre. En poco tiempo ya estaría conspirando con las ovejitas de aquel y otros padrecitos para dar un golpe de estado celestial e instaurar un sistema de clases. Porque siempre ha habido clases y siempre las habrá.

Mientras llega ese día de gloria, los menesterosos se dejan ayudar por Sor Consuelo sabiendo su avidez por ayudar. Y no dan golpe ¿Para qué?. Abandonados unos a su dependencia y otros a su picardía, todos reclaman a Sor Consuelo. Y pasa lo que pasa, porque eso nunca sale bien: cuanto más te ayudan, más pasivo y dependiente te conviertes. Y no hablo por mí, que más ya no puedo. Sino por Tina, que cada día vale para menos, mientras la buena de Sor Consuelo consigue más méritos para ganarse el cielo.

Ya se siente una parte de ese dios remunerador, que premia a los buenos y castiga a los malos, y ya ha hecho su Juicio Final, acogiendo a Tina en su seno, como santa mártir que se gana la vida eterna cuidando al pobre de Ambrosio hecho un vegetal, mientras renuncia a cualquier otra manifestación de vida, más allá de la renuncia a si misma y el abandono del mundo. Y al pobre Ambrosio que ve inútilmente alargada su vida sin beneficiarse de tan enorme sacrificio. ¡Quien verá a Tina paseando por el cielo arrastrando un muñeco de trapo con el rostro extraviado de Ambrosio, bajo la mirada condescendiente del Altísimo y de la mismísima Sor Consuelo, mostrando a dios su gran obra!.

En el otro lado de la balanza coloca a mi pobre esposa, ya condenada al fuego eterno porque la pobre viene cuando puede y nada puede hacerme. Y ha condenado también a mi amada. Ya la he oído decir con cara de asco "¿y esa... a qué vendrá aquí? ...y encima le besa en la boca la muy..." cuando se lo chivó Santa Tina, y las oí lanzar críticas furibundas con una lengua viperina, muy alejada de la caridad cristiana esa que tanto predican ¡Cuanto peligro tiene un justo cargado de razón!. Igual que su maestro y salvador emprendiéndola a zurriagazos con los mercaderes. Que no digo que no se los merecieran, pero ¡qué extraño se me hace ver al santo más santo de todos los santos liándose a hostia limpia contra aquellos que, según él, profanaban la casa de su padre, que es la de todos!

Sí, querido lector: Sor Consuelo se sienta a la diestra de dios padre y, como tantos y tantos, se dispone a ayudarle a juzgar a vivos y difuntos. Y si se lo permite, lanzaría su rayo contra los impíos e indecentes, para luego apacentar a su rebaño de corderos, con Tina al frente, llevándoles puñados de hierba fresca y sal. Eso sí, primero los más necesitados. Y su Tina.